Es conocido como el barrio obrero y ferroviario de la capital, que comenzó a tomar forma a fines del siglo XIX con la construcción de la Maestranza San Eugenio de la Empresa de Ferrocarriles, en el límite poniente de la ciudad.
Los primeros residentes de esta franja de terreno, al poniente del Club Hípico, fueron familias que llegaron a la capital desde el campo y los centros salitreros en busca de mejores oportunidades de vida.
Con sus precarias viviendas y en torno a la línea del tren, fueron gestando humildes poblaciones sin mayores servicios. En ese contexto, la Congregación de Misioneros Redentoristas, establecida en esta franja de terreno desde 1876, cumplió una importante labor social al atender las necesidades espirituales, de alimentación y abrigo de esas familias.
Ya a comienzos del siglo XX, los hermanos Redentoristas construyeron su iglesia, la Basílica del Perpetuo Socorro, que en la esquina de Blanco Encalada con Conferencia, sigue irradiando su estilo gótico francés a este territorio.
Con el avance de las décadas y la industrialización del país, este barrio fue delineando su vocación obrera, a partir de las fábricas y bodegas que se instalaron en el sector, aprovechando la mano de obra existente en el entorno.
El primer conjunto obrero que se estableció fue la población El Mirador, habitada por trabajadores ferroviarios, principalmente.
La posterior instalación de empresas textiles, de la fábrica de sacos, azúcar y leche, entre otras, significó generar fuentes de trabajo y dar origen a conjuntos habitacionales que permitieron tener cerca a los trabajadores y entregarles viviendas de buena calidad para desarrollar la vida diaria.
Entre los conjuntos diseñados y construidos con ese sello, destacan las poblaciones obreras Población San Eugenio (1933), Población El Riel (1935), Colectivos San Eugenio (1937), Población Pedro Montt o Yarur (1938) y Población Arauco (1945), que respondieron al acento puesto en brindar equipamiento de salud, cultura y educación para configurar una vida de barrio integrada.
Y al recorrer hoy las calles de este barrio, es posible apreciar la huella de esa época, las construcciones de fachada continua donde vivieron las familias obreras, las pequeñas plazas centro de la vida comunitaria; o el comercio local y sencillo que ofrecen las panaderías, almacenes y bazares.
Se respira allí, la historia de los miles de hombres y mujeres que con su trabajo aportaron al progreso de este territorio y que sus actuales residentes, muchos antiguos funcionarios de la Empresa de Ferrocarriles, se esmeran por mantener viva en la memoria.